En la sección anterior cubrimos el tema de como
Agustín definió la gracia. Aquí seguiremos viendo más de la exposición de
Agustín sobre gracia y predestinación.
“Según Agustín, la predestinación de algunos para la gloria es una verdad
indudable, aunque sea al mismo tiempo un misterio inexplicable. Esta
predestinación es tal que el número de los elegidos es fijo, de tal modo que,
por mucho que la Iglesia crezca, el número de los que han de entrar al Reino
será siempre el mismo. Por otra parte, no existe una predestinación divina al
pecado o a la perdición. Los elegidos son arrancados de la «masa de perdición»
que es la humanidad por un acto del Dios soberano, que les predestinó para
ello. Los que se condenan, simplemente continúan sumidos en esa «masa», pero no
porque Dios lo ordenare así, sino por sus propios pecados. La doctrina de
Agustín sobre la predestinación no es, repetimos, un intento de conciliar la
omnisciencia divina con la libertad humana, sino un intento de dar testimonio
de la primacía de Dios en la salvación.” JG
Cuando
examinamos la primera oración, “Según Agustín, la
predestinación de algunos para la gloria es una verdad indudable, aunque sea al
mismo tiempo un misterio inexplicable.”, es una verdad indudable cuando aceptamos que Dios creó el
futuro y por lo tanto el destino y cuando aceptamos la definición de que el
hombre al caer quedó “libre para pecar”. Si aceptamos esas cosas entonces hay
que aceptar que la gracia sea irresistible y que la ´única forma de recibirla
es que sea impuesta por Dios. Si vas a las secciones anteriores en donde ya
discutí lo cuestionable de todas esas definiciones, es bien sencillo no aceptar
la predestinación como una verdad ineludible sino como una idea muy racional
producto de una retórica saludable pero sencillamente cuestionable. En la
segunda frase, “aunque sea al mismo tiempo un
misterio inexplicable”, vemos que reconociendo lo inevitable de las
contradicciones y cuestionamiento inevitables que surgen, hay que recurrir al
recurso del misterio que es muy frecuente cuando uno que necesita la
predestinación se encuentra con un argumento que no puede refutar. En este caso
lo irrefutable no es que no es coherente el argumento de Agustín, es que el
argumento se construye de unas premisas cuestionables desde un punto de vista
racional y como veremos más adelante, desde un punto de vista bíblico cuando
aplicamos gramática y hermenéutica a los textos usados por ambos bandos.
El “misterio
inexplicable” casi siempre va a ser tener que explicar como un dios que creó
todo el acontecer del universo, creó uno seres para que lo desobedecieran y
cayeran en un estado de perdición que ese dios creó, para luego escoger a
algunos para salvarlos pero escogió o decretó que aquellos que quedaron “libres
para pecar” se condenaran por la maldad que “libremente escogieron” y
explicar cómo ése dios que libre y soberanamente escogió a unos si y a otros
no, explicar cómo no es responsable de que unos se salven y otros no se salven.
Ese es “el misterio inexplicable”. Claro, si se aceptan todas las definiciones
de soberanía, pre-conocimiento, gracia, libertad, responsabilidad como se
definen en el calvinismo, pues no hay ningún misterio que explicar. Dios hace lo que le da la
gana con sus criaturas y las criaturas malagradecidas y rebeldes no tienen por
qué cuestionarse la sabiduría de ese Dios.
“Esta
predestinación es tal que el número de los elegidos es fijo, de tal modo que,
por mucho que la Iglesia crezca, el número de los que han de entrar al Reino
será siempre el mismo.” Les dije en
la sección anterior que Agustín tenía unas conclusiones más descabelladas. Les
dije al principio que teníamos que usar honestidad intelectual. Esta
declaración es un ejemplo. Las definiciones te llevan a esto, “los que se van a
salvar ya están”. Tienen la osadía de decir “por mucho que la iglesia crezca,
el número de los que han de entrar al Reino será siempre el mismo”. ¿Cuál es la
consecuencia intelectualmente honesta a la cual tenemos que llegar con esto? Por
más que prediques, los que se van a salvar ya están. Cristo murió por un número
determinado de personas. Por lo tanto, en donde quiera que lees que Cristo
murió por todos, son todos los elegidos.
No te tienes
que preocupar por si le predicas a un elegido o no, pues el ES te dirigirá a
predicarle a los escogidos para que no pierdas el tiempo.
No te tienes
que preocupar si el mundo se entera de este plan maravilloso de la sabiduría
inescrutable de Dios. Los que se escandalizan por un plan así y se oponen, ya
escogieron perderse y su “libertad de pecar” es la que impide que puedan
concebir la sabiduría y la justicia de Dios en no haberlos escogido para
salvarse. Recuerda que “la palabra de la
cruz es locura a los que se pierden, pero a los que se salvan, esto es, a
nosotros, es poder de Dios”, 1 Cor.1:21.
En Juan 3:16, cuando dice “para que todo aquel que en El cree”, se refiere solo
a los escogidos para salvarse y no es que creen, sino que la gracia con su
“suave violencia” los obligó a creer para que no pudieran resistirla con su
“libertad para pecar”.
Y así hay
varias conclusiones a las que podemos llegar si somos intelectualmente
honestos.
“Por
otra parte, no existe una predestinación divina al pecado o a la perdición. Los
elegidos son arrancados de la «masa de perdición» que es la humanidad por un
acto del Dios soberano, que les predestinó para ello. Los que se condenan,
simplemente continúan sumidos en esa «masa», pero no porque Dios lo ordenare
así, sino por sus propios pecados.” Es bien
importante que creas que no existe predestinación divina al pecado. No existe,
punto. NO permitas que tu mente caída te sugiera que hay tal cosa como predestinación
de parte de Dios hacia los pecadores. Eso haría a Dios el autor del mal.
Recuerda que los pecadores “eligieron la libertad para pecar” pues cuando
tuvieron la libertad de no pecar no fue que Dios había predeterminado o
decretado que el hombre iba a pecar, aunque ya lo sabía pues el futuro existe y
por lo tanto el destino y es inmutable e irreversible cuando Dios lo creó. Pero
fue la decisión del hombre y no de Dios. Por
otro lado, Dios soberanamente eligió a unos para arrancarlos de la “masa de
perdición” y aunque ahí dice que los “predestinó para ello”, no permitas que tu
mente caída te sugestione para entender que “un acto soberano de Dios” pueda
ser un acto arbitrario y caprichoso de parte de Dios y que al predestinar a
unos para salvarse signifique que predestinó a los otros a perderse. “Los que se condenan, simplemente continúan sumidos en esa
«masa», pero no porque Dios lo ordenare así, sino por sus propios pecados.” En
otras palabras; Dios ordena la salvación de unos, (sin razón o mérito alguno en
esos que eligió), pero no significa que ordenó la condenación de los que se
condenan pues éstos, aunque no eligieron quedarse en sus pecados, sus pecados
son el mérito para no haber sido predestinados. No te fijes que los elegidos
tampoco hicieron alguna elección para cambiar su estatus. Eso es simplemente
así. No se te debe ocurrir que cuando Dios ordena sacar a algunos de la “masa
de perdición”, esa orden sea la misma que ordena que se queden en la masa los
que se quedan. El Dios soberano que luego te presentan como que nada ocurre en
el universo fuera de su control, soberanamente ordena sacar a unos de la masa
de perdición, pero no está bajo su control lo que le pase a los que no fueron incluidos
en la orden. O sea, está bajo el control de Dios la salvación de los elegidos
por él, pero no está bajo el control de Dios el destino de los que no eligió.
¿Entendiste? Simplemente es un misterio.
“La
doctrina de Agustín sobre la predestinación no es, repetimos, un intento de
conciliar la omnisciencia divina con la libertad humana, sino un intento de dar
testimonio de la primacía de Dios en la salvación.”
Lo
importante es que, si vemos que algo no se puede conciliar, entendamos que Dios
es soberano en hacer lo que quiere, aunque nuestra mente finita nos diga que es
arbitrario, caprichoso o irracional.
Seguimos con Justo González; “Este sistema agustiniano de la gracia y la predestinación ha
dado lugar a largas controversias, la primera de las cuales comenzó en tiempos
del propio Agustín, según veremos en el próximo capítulo. No podemos discutir
aquí cada una de estas controversias, que irán apareciendo según nuestra
historia se vaya desdoblando. Debemos señalar, sin embargo, que los reformadores
protestantes del siglo XVI creyeron ver en el santo de Hipona un defensor de
sus doctrinas. En esto tenían alguna razón, pero también se equivocaban en
parte. No cabe duda de que el énfasis de Agustín sobre la prioridad de la
acción divina en la salvación, así como buena parte de su doctrina de la predestinación,
concuerdan con el pensamiento de los reformadores.
También
es cierto que Agustín señala la prioridad de la fe con relación a las obras.
Por otra parte, Agustín difería radicalmente de los reformadores por cuanto
para él los méritos tenían un lugar importante y necesario en la salvación. La
gracia no nos es dada por nuestros méritos, pero sí opera en nosotros de tal
modo que hagamos buenas obras que sean meritorias para la salvación final. Además, la doctrina de la predestinación que
Agustín propone es infralapsaria, y es además la de una predestinación
«sencilla», es decir, solo para salvación, a diferencia de la predestinación
según Calvino, que es supralapsaria y «doble». Por último, antes de pasar a
otros aspectos del pensamiento de Agustín, debemos indicar que su doctrina de
la gracia difiere de la del Nuevo Testamento por cuanto el teólogo hiponense
hace de la gracia un poder o efluvio divino que actúa dentro del ser humano.
En
el Nuevo Testamento la gracia es una actitud por parte de Dios, su amor y su
perdón. Esta transformación del sentido del término «gracia» tendrá dos
consecuencias importantes en el desarrollo de la teología medieval. En primer
lugar, se plantea la cuestión de la relación entre la gracia y el Espíritu Santo,
pues esta gracia concebida a modo de efluvio o poder parece usurpar algunas de
las funciones tradicionalmente atribuidas a la tercera persona de la Trinidad.
En segundo lugar, y en parte como un intento de resolver algunos de los
problemas planteados por la doctrina agustiniana de la gracia y su relación con
la predestinación, se desarrolla toda una doctrina de la gracia, en la que se distinguen
y clasifican varias clases de gracia. De más está decir que tales distinciones
y clasificaciones adolecen de una rigidez muy distinta del espíritu de Agustín.
Las
controversias a las que se refiere Justo van a ser las de los semipelagianos o
semi agustinianos que van a cuestionar mucho de lo que yo cuestiono.
Eventualmente la predestinación de Agustín prevalece al ser confirmada en El
Concilio De Orange en el 529. “Ese sínodo reunido en
Orange en el año 529 se toma generalmente como el fin de la controversia
semipelagiana, aunque no faltan pruebas de que el semipelagianismo continuó
teniendo adherentes aun después de esa fecha. En todo caso, no cabe duda de que
el sínodo de Orange, al mismo tiempo que condenó el pelagianismo y algunas de
las proposiciones de los semipelagianos, adoptó una versión moderada del agustinianismo.
Los cánones de Orange, tomados en su mayoría de las obras de Agustín y
Próspero, fueron el filtro a través del cual la Edad Media bebió de las aguas
agustinianas.
En Orange se declaró que la
caída de Adán corrompió a todo el género humano, el cual no recibe la gracia de
Dios porque la pide, sino viceversa. El punto de partida de la fe -initium fidei- no corresponde a la
naturaleza humana, sino a la gracia de Dios. El libre albedrío por sí solo es
incapaz de llevar a. persona alguna a
la gracia del bautismo, ya que ese mismo libre albedrío, que ha sido corrompido
por el pecado, solo puede ser restaurado por la gracia del bautismo. Adán
abandonó su estado original por su propia iniquidad; los fieles dejan su estado
de iniquidad por la gracia de Dios. La fortaleza cristiana no se basa en la
voluntad de nuestro albedrío, sino en el Espíritu Santo, que nos es dado. La
gracia no se basa en mérito alguno, y solo por ella el humano es capaz de hacer
el bien, pues todo lo que tiene aparte de ella es miseria y pecado. Por otra
parte, esto no quiere decir que persona alguna haya sido predestinada para el
mal, doctrina ésta que el sínodo anatematiza. Por el contrario, todos los
bautizados, con la ayuda de Cristo, pueden llegar a la salvación. No sería
justo decir ni dar la impresión de que el sínodo de Orange constituyó un
triunfo para el semipelagianismo, ya que doctrinas tales como la del carácter
humano del initium fidei fueron
categóricamente rechazadas.
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